miércoles, 5 de febrero de 2014

Sostenibilidad corporativa y bibliotecas universitarias: más cuestión de responsabilidad que de filantropía

Kiran SRK "Balanced Colors", Flickr
Cuando televisan un partido de "mi" barça en un canal de pago por el que no pago, suelo ir a verlo a un pequeño bar cercano a mi domicilio.  Incluso hay ocasiones en las que, aunque pueda verlo cómodamente en mi casa, me llego hasta el bar de marras porque me gusta el ambientillo futbolero que allí reina. A propósito de esta costumbre, un estudio de Carbon Trust concluye que el modo más ecológico o sostenible de ver un partido de fútbol es por televisión y en compañía de otros (p.ej. en un bar), en lugar de hacerlo en la "tele" de casa, ir al estadio o verlo en el ordenador, el smartphone o la tableta.  La razón es que compartir un local y un televisor con otras personas resulta más ambientalmente recomendable (más sostenible) que la fórmula de que cada hincha vea el partido en casa en su televisor o su ordenador. Ya tengo otra razón para ir a ver al barça al bar... La filosofía de las bibliotecas es similar: compartir. Compartir fondos bibliográficos, espacios físicos, ordenadores... (y más recientemente recursos económicos con otras bibliotecas a través de los consorcios). Como dijeron Petra Hauke y Klaus Werner en el reciente congreso de la IFLA en Singapur, las bibliotecas son, de hecho, sostenibles. Y sin embargo, esto no del todo cierto porque para empezar su sostenibilidad ambiental es, cuando menos, matizable.

Hace ya algún tiempo que dedico muchas de mis lecturas a esto de la sostenibilidad de las bibliotecas debido a mi participación en uno de los grupos de trabajo de REBIUN donde me tocó coordinar la elaboración del informe sobre contribución de las bibliotecas en materia de responsabilidad y sostenibilidad corporativas.  El informe (del que existe una versión en inglés) fue aprobado en la Asamblea de Málaga de noviembre de 2012 y presentado en sociedad mediante una comunicación a las Jornadas FESABID 2013 de Toledo. En buena medida, lo que el informe pretende coincide con lo que plantea la ACRL en su último plan estratégico: "crear un discurso sobre el significado de la sostenibilidad".


El informe de REBIUN se articula en torno a dos ideas básicas: a) sustituir el concepto de responsabilidad social corporativa (o, en este caso, universitaria) por el de sostenibilidad corporativa (o universitaria), y b) interpretar la sostenibilidad mediante el modelo de la triple bottom line que concibiera John Elkington a mediados de los años 90, esto es, que el éxito de una organización (Elkington pensaba en las empresas, claro está) no sólo se debe medir en términos de resultados económicos, sino también de impactos ambientales y sociales. En definitiva, como dice en su blog Antonio Argandoña, del IESE, la responsabilidad social es saberse responsable de los impactos de sus acciones sobre la sociedad y actuar en consecuencia.

Sobre la sostenibilidad ambiental de las bibliotecas se ha escrito y trabajado bastante, aunque menos de lo que sería deseable.  Son muchas las bibliotecas que se preocupan por el ahorro energético, el consumo de agua, la ecoeficiencia, el reciclaje, la huella de carbono, la gestión de residuos, etc. Es lo que se ha dado en llamar la "biblioteca verde" (green library). Más difusas en cambio resultan la sostenibilidad social y la económica aunque para intentar aclararlas podemos partir de los trabajos de Gobinda Chowdhury, profesor de la Universidad Tecnológica de Sydney, como p.ej. el artículo "Sustainability of Digital Libraries: A Conceptual Model" (1) que en muchos aspectos es perfectamente aplicable a la biblioteca en general y no sólo a la digital.  El artículo propone un modelo genérico de sostenibilidad basado en las tres dimensiones citadas (económica, social y ambiental) definiendo además los objetivos a alcanzar en cada una de ellas:

  • la sostenibilidad económica consiste para Chowdhury en "asegurar un acceso a la información más barato, más fácil y mejor";
  • la sostenibilidad social la asocia con "asegurar un acceso equitativo a la información con objeto de lograr una sociedad mejor (bien informada) y próspera (healthy)";
  • la sostenibilidad ambiental, por último, radica en "asegurar la reducción del impacto ambiental de la información".

Si se predica todo esto de los servicios y recursos bibliotecarios que no son propiamente información, tendremos enunciados los objetivos de la sostenibilidad bibliotecaria en general: accesibilidad, equidad y bajo impacto ambiental.  En este sentido conviene recordar que, según los teóricos de la sostenibilidad, existe una relación de interdependencia entre esas tres dimensiones, de modo que los logros (o los fracasos) en una deben tener repercusión positiva (o negativa) en las restantes. 

Si, en todo caso, queremos un concepto más sencillo u operativo de sostenibilidad podemos comenzar por la definición básica de sostenibilidad en cuanto capacidad de durar, si bien, desde el informe Brundtland (1987), esta definición común debe completarse con la referencia a los fines de esa durabilidad que no son otros que satisfacer nuestras necesidades presentes sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones venideras.  Con esa idea in mente (asegurar la durabilidad de las bibliotecas para poder satisfacer nuestras necesidades de información y otros recursos bibliotecarios pero sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer esas necesidades), podemos reflexionar acerca de lo que deberían ser para las bibliotecas la sostenibilidad económica y la social (la ambiental está mucho más clara).

Con relación a la sostenibilidad social lo primero que hay que decir es que desde hace tiempo se considera que las bibliotecas son portadoras de una función social que las configura en teoría como instituciones socialmente responsables. Ejemplos de este enfoque los encontramos en el artículo de Marta Torres sobre la función social de las bibliotecas universitarias o en la comunicación de Herrera Morillas y Pérez Pulido. Sin embargo, tenemos que ir más allá si, como apuntan Andreu Pinillos y Fernández Fernández, la idea de la responsabilidad social corporativa ha quedado secuestrada por su dimensión filantrópica y reputacional.  Quizás las bibliotecas deberían también considerar esto y preguntarse hasta qué punto su compromiso social es más una cuestión filantrópica que una forma de funcionar.  Ese "ir más allá" implica aceptar la idea de la sostenibilidad como principio de actuación y de gestión de las bibliotecas. OK, pero ¿qué es, entonces, eso de la "sostenibilidad social"? ...

Según Magnus Boström (2) lo bueno y lo malo del concepto de "sostenibilidad social" es su carácter impreciso y vago en el que todo (o casi todo) cabe en nombre de la justicia social que constituye su principal propósito.  Aunque, como vimos, para Chowdhury la sostenibilidad social de las bibliotecas consiste en el acceso equitativo a la información, cabe profundizar un poco más.  Una buena pista para ello la ofrecen Pullman, Maloni y Carter (3) al identificar dos planos de la sostenibilidad social de las organizaciones: uno interno (empleados) y otro externo. Citando a Elkington, sostienen que una organización socialmente sostenible es aquella que "proporciona igualdad de oportunidades, fomenta la diversidad, promueve la conectividad dentro y fuera de la comunidad, asegura la calidad de vida y cuenta con procesos democráticos y estructuras de gobernanza abiertas y transparentes". Así, en el plano interno, las organizaciones socialmente sostenibles deben "reconocer, valorar y promover la capacidad de su personal con unas adecuadas políticas y prácticas de recursos humanos tendentes a la equidad, el desarrollo y el bienestar".  Lo cierto es que en la mayoría de las universidades, las políticas y gran parte de las prácticas de recursos humanos están encomendadas a órganos y servicios específicos, quedando fuera del alcance de sus bibliotecas, de modo que, por eliminación, podemos pensar que la sostenibilidad social de las bibliotecas debe centrarse más bien en la dimensión externa.  Aquí de nuevo podemos inspirarnos en el artículo de Boström que define los aspectos sustantivos (los objetivos a lograr) de la sostenibilidad social: necesidades básicas, justicia intra e intergeneracional, igualdad de derechos, acceso a la infraestructura social, empleo, oportunidades de aprendizaje y desarrollo, capacidad para el desarrollo de la sociedad civil y el capital social, seguridad, salud, cohesión social, diversidad cultural, sentido de comunidad, reconocimiento social, vivienda y espacios públicos agradables, y, por último, calidad de vida. ¡Casi nada!  De todo esto, las bibliotecas universitarias podrían intervenir directamente en, al menos, tres aspectos: justicia inter e intrageneracional, acceso a la infraestructura social, oportunidades de aprendizaje y desarrollo (aunque seguro que se pueden hallar formas de desarrollar muchos de los otros aspectos enunciados).  En cualquier caso, esos aspectos sustantivos parecen alinearse con ese concepto de sostenibilidad social en cuanto acceso equitativo.  En mi anterior post citaba sendos artículos del bibliotecario David S. Lewis que sostienen que la esencia de las bibliotecas es subvencionar el acceso a la información de sus usuarios.  Desde este punto de vista, las bibliotecas son socialmente sostenibles al encargarse de facilitar un acceso sin barreras económicas a la información y los servicios bibliotecarios. De forma similar se las puede considerar como un elemento de la infraestructura social que hemos de procurar hacer accesible a la comunidad local (p. ej. admitiendo a usuarios externos) y que, por su propia naturaleza, sirve tanto al aprendizaje y el desarrollo de las personas del presente (facilitando información, colecciones, acceso a internet, formación, alfabetización informacional, etc.), como de las generaciones futuras (recordemos nuestra misión tradicional de conservación hoy renovada con el open access y la digitalización).

Por lo que atañe a la sostenibilidad económica, de entrada hay que decir que, en estos tiempos de crisis y de incertidumbre sobre los servicios públicos, ésta no sólo resulta deseable, sino ineludible toda vez que la mayoría de las bibliotecas universitarias se financian con dinero público. En tiempos de bonanza económica, las bibliotecas no tuvieron reparo en dedicarse a comprar y almacenar decenas de miles de libros y revistas impresas por si alguien, alguna vez, tenía necesidad de ellos; a contratar rutilantes big deals de revistas-e cuyo uso ha sido parcial; a marcarse el objetivo de permanecer abiertas en perfectas condiciones de climatización y confort las 24 horas durante los 365 días del año (y un día más en caso de año bisiesto); a incrementar sus carteras de servicios ad libitum sin hacer antes nada parecido a un estudio de mercado, etc.  Y todo ello, por lo general, sin reparar mucho en la sostenibilidad de las finanzas necesarias para afrontar los gastos y menos aún en los impactos negativos de todo eso sobre el medio ambiente.  Pero, la crisis, esta maldita crisis, nos obliga a repensar todo esto. Ya no se trata de apretarnos en cinturón, sino de incorporar a nuestro modo de gestionar y prestar servicios la nota de la sostenibilidad y la responsabilidad económicas: tenemos que ser más responsables a la hora de gastar y reconsiderar nuestras contrataciones, nuestras políticas de compra y suscripción, nuestra oferta de servicios y, en última instancia, cooperar con otras bibliotecas de manera más habitual, firme y leal.

En realidad, lo que la mayoría de las bibliotecas universitarias hacen en el terreno económico es gestionar su presupuesto de gastos, de ahí que acaso sea más apropiado hablar de "gestión presupuestaria sostenible".  A propósito de ello cabe recordar que la Ley de Economía Sostenible española define la sostenibilidad presupuestaria de las Administraciones públicas como "la capacidad para financiar los compromisos de gasto futuros y presentes" a partir de una política de racionalización y contención del gasto.  En este contexto parece interesante evocar el concepto de "inversión responsable" que manejan las empresas en sus iniciativas de RSC trasladándolo a la idea de una gestión más responsable del dinero (público) con el que se financian las bibliotecas de las universidades públicas.  Hace años cierta ministra afirmó que "el dinero público no es de nadie". Evidentemente no estuvo nada atinada la ministra porque, en realidad, el dinero público es de todos. Esta circunstancia hace que aquellos que gestionan dinero de todos deban ser muy cuidadosos y actuar de una forma más responsable. Así como la inversión responsable en las empresas es aquella que, junto a los criterios financieros (liquidez, seguridad, rentabilidad, etc.), toma en cuenta otros de tipo social y ambiental, la gestión responsable del presupuesto de las bibliotecas debería valorar y priorizar los gastos a realizar (compras, contratos, convenios, proyectos, etc.) tanto en términos de su sostenibilidad económica en el tiempo, como de sus impactos sociales y ambientales.

La más que loable misión de facilitar un acceso equitativo a la información y los servicios  bibliotecarios debe, pues, acompañarse de: una gestión más responsable del dinero público con el que se costea el logro de dicha misión, un esfuerzo por reducir los impactos ambientales de las bibliotecas y una mejora de sus impactos sociales.  Puede que la viabilidad de las bibliotecas (o, al menos, de toda una concepción de la misma) esté en función de ese desempeño triplemente sostenible. El profesor Julian Birkinshaw, un reputado experto académico en gestión empresarial,  dijo no hace mucho tiempo en una entrevista que “las compañías que buscan hacer del mundo un lugar mejor ganan más dinero que aquellas que se centran solo objetivos financieros” (la idea de hacer del mundo un lugar mejor es quizás un buen leitmotiv para la sostenibilidad).  Descartado que la rentabilidad de las bibliotecas consista en el beneficio económico, podemos basarnos en la propuesta de Steve Matthews que atribuye la rentabilidad de las bibliotecas a su relevancia para la comunidad. Hoy, parece que la biblioteca relevante es aquella que apuesta por su sostenibilidad económica, social y ambiental.

Para llevarlo a cabo, sin embargo, dos cosas a tener en cuenta. Primera: no debemos olvidar que la naturaleza de servicio que tienen las bibliotecas hace que su sostenibilidad dependa en buena parte de cómo y cuánto se utilizan sus servicios y recursos, de ahí que se haga necesario estimular un uso responsable y sostenible de las bibliotecas (p.ej.en el marco de la formación de usuarios). Segunda, como apunta Rick Goossen en su decálogo, hay que guardar proporcionalidad entre las acciones a desarrollar y los recursos de los que dispone la organización. O sea, que no hay que matar moscas a cañonazos (ni destruir cañones con moscas), pero tampoco cazar moscas, ni atarlas por el rabo (*)


(*)  Según el DRAE, la expresión cazar moscas tiene el significado de "ocuparse en cosas inútiles o vanas" y la de atar moscas por el rabo se emplea para "ponderar lo disparatado e incongruente de algo que se ha dicho".


(1) G.G. Chowdhury, "Sustainability of Digital Libraries: A Conceptual Model", Lecture Notes in Computer Science, 8092 (2013), pp. 1-12.
(2) M. Boström, "A missing pillar? Challenges in theorizing and practicing social sustainability: introduction to the special issue", Sustainability: Science, Practice, & Policy, 8, 1 (2012), pp. 3-14
(3) M.E. Pullman, M.J. Maloni, C.R. Carter, "Food for thought: social versus environmental sustainability practices and performante outcomes",  Journal of Supply Chain Management, 45, 4 (2009), pp. 38-54.

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