miércoles, 29 de junio de 2011

¡Pintan bastos!


Después de mi silencio autoimpuesto, reanimo mi blog. El otro día aparecía en algunos diarios un artículo ("Un país sin bibliotecas") que se hacía eco de la dificil situación que atraviesan las bibliotecas públicas en EE.UU., hasta ahora el paraíso de los bibliotecarios. Según la entradilla del artículo, las bibliotecas públicas son una especie en peligro de extinción. Todavía en estado de "article in press" un editorial (1) de Rick Anderson, bibliotecario de la Universidad de Utah, también advierte de la crisis de las bibliotecas universitarias a causa de tres tendencias: que la percepción de los usuarios determina el futuro de las bibliotecas mucho más que la realidad (perception matters more than reality), que los usuarios son cada vez más autosuficientes y el hecho de que el valor que no se valora, no resulta valioso (value that is not valued is not valuable). En opinión de este bibliotecario "muchas de las funciones y estructuras a las que nos aferramos tienen un papel marginal en la vida real de los usuarios". Como muestra de ello apunta que la masiva utilización de las bibliotecas por los estudiantes tiene que ver sobre todo con que las bibliotecas son el lugar de estudio más espacioso, confortable y mejor equipado del campus.


El final del editoral de míster Anderson resulta demoledor: "seguimos gozando del respeto - y hasta de la veneración - de los profesores y el personal de administración, y el apoyo a la biblioteca se sigue invocando gravemente como un cimiento de la seriedad académica. Sin embargo, las bases sobre las que se erige ese apoyo se han ido erosionando durante las dos últimas décadas: el apoyo a la biblioteca a la vieja usanza (principalmente financiando la acumulación de grandes, pero fatalmente limitadas, colecciones seleccionadas con arreglo a las especulaciones de los bibliotecarios sobre las necesidades futuras, y contratando grandes cantidades de capacidades de bibliotecarios cuyos servicios son cada vez menos demandados por los investigadores) no resulta sostenible en el entorno actual. A menos que proporcionemos a nuestros organismos financiadores mejores y más convincentes razones para sostener a las bibliotecas, éstos se verán forzados por la situación económica a dejar de hacerlo (o a dejar de hacerlo como hasta ahora)"...